— «¿Pero cómo ha sido esto? ¿Cómo te has podido decidir a este crimen? Había leído tu nombre en el cartel y por eso entré en el teatro, pero cuando te vi salir disfrazada de vieja, dije: «no es ella; no puede ser ella». Ahora al verte más guapa que nunca, me lo explico menos. ¿Te has vuelto loca?
La actriz, se volvió hacia Enrique Gelmírez, que así le hablaba. Acababa de quitarse una peluca canosa y de despintarse la cara, quee aparecía fresca y juvenil, un poco arrebolada por el frote do los paños. Tenía una horquilla de concha, sujeta en la boca, mientras se levantaba el pelo, para hacerse el moño, una espléndida mata de pelo castaño. Lo miró un instante con sus ojazos verdes, se prendió la horquilla y le dijo:
— ¿Y tú me hablas de crímenes? Si fuera un crimen sería el tuyo. Pero no tengas miedo de reconvenciones, hijito. Aquello pasó: está bien muerto. Ya ves que te he recibido con amabilidad, que no te he llamado canalla, ni to he escupido a la cara. Para mí eres un amigo, un conocido, que se parece a un hombre, que me hizo una mala acción, ya casi olvidada. No te disculpes. Eres como todos. No te convenía un hijo con una muchacha pobre, con la que no habías de casarte y te fuiste. Yo pude hacer lo que muchas: rodar por el mundo. Pero soy muy rara. Te quería, chico. No me importa decírtelo, porque para mí ya no eres nada.
Aquel desengaño me hizo aborrecer a los hombres, aborrecer mi hermosura, la hermosura de que me hablabas tú y de que me han hablado muchos, no creas... Antes de hacer caso a otro, que habría sido tu segunda edición, me hubiera tirado por el Viaducto o me hubiera asfixiado con un brasero. Cuando veía en la calle a tantas mujeres feas o insignificantes, con sus maridos y sus hijos, me decía a mí misma que el tener un cuerpo regular y una cara que no asusta, sólo nos sirve para ser juguete de algún pillo. Yo, al menos sé ganarme la vida. Parece que tengo talento como característica. Ya ves; me aplauden, gano diez duros. ¡Si todavía debo estarte agradecida! Y cree que no me cuesta ningún trabajo disfrazarme de vieja, como me has visto. He envejecido tanto por dentro, que esos papeles me van perfectamente. Cuando sea vieja de veras estaré ya acostumbrada.
— Todo eso se ha acabado. Quiero que vuelvas a ser joven y feliz. He vuelto. Aquí me tienes. Lo pasado ha sido un mal sueño; hay que olvidarlo. Pensemos sólo en el porvenir; en nuestro hijo...
— ¡Olvidar se dice pronto! Hay cosas quo no se borran; quedan las cicatrices. Para nosotros no puede ya haber porvenir... porvenir de los dos. Acuérdate de que soy una vieja, como me has visto en escena. Para mí se acabaron los hombres; no hay ya más hombre que mi hijo, — no nuestro, mío, mío sólo, de su madre que lo ha criado y le ha sacado adelante. Es un hombrecito de ocho años, que todavía no ha tenido tiempo de hacerse un canalla.
ANDRENIO
Caras y caretas (Buenos Aires). 12-1-1918, n.º 1.006.
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