La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.

—¿Me llevas? Hasta el pueblo no más —dijo la muchacha.

—Sube —dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.

—Muchas gracias —dijo la muchacha con un gracioso mohín— pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!

—No, no tengo miedo.

—¿Y si levantaras a alguien que te atraca?

—No tengo miedo.

—¿Y si te matan?

—No tengo miedo.

—¿No? Permíteme presentarme —dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa—. Soy la La muerte, la Mu-e-r-t-e.

La automovilista sonrió misteriosamente.

En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.

00:00 03:06

Tamaño de Fuente
Tipografía
Alineación

Velocidad de Reproducción
Reproducir siguiente automáticamente
Modo Noche
Volumen
Compartir
Favorito

15534

270

190

Enrique Anderson Imbert

Autor.aspx?id=25

La muerte

ObraVersion.aspx?id=190

La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.

—¿Me llevas? Hasta el pueblo no más —dijo la muchacha.

—Sube —dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.

—Muchas gracias —dijo la muchacha con un gracioso mohín— pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!

—No, no tengo miedo.

—¿Y si levantaras a alguien que te atraca?

—No tengo miedo.

—¿Y si te matan?

—No tengo miedo.

—¿No? Permíteme presentarme —dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa—. Soy la La muerte, la Mu-e-r-t-e.

La automovilista sonrió misteriosamente.

En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.

Audio.aspx?id=270&c=D73BEA&f=230456

186

3 minutos 6 segundos

0

0

Esta página web usa cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros para gestionar el sitio web, recabar información sobre la utilización del mismo y mejorar nuestros servicios. Más información.