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Alberto Leduc

"Sideral"

Para mamá en el cielo: Cuentos de navidad

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Sideral
(de un diario íntimo)

A FRANCISCO M. DE OLAGUÍBEL.

 

Media noche, Diciembre 24 de 189 ....

“Hasta mi cuartucho miserable, semejante a celda carmelitana, llegan las destempladas voces de las vecinas que cantan y los gritos de los trasnochadores ebrios que lanzan sus vociferaciones al transparente cielo invernal.

“Hasta el alféizar desvencijado de mi ventana llegan también los aullidos de las vendedoras de la plaza cercana y la incesante gritería de los pilletes.

“Y ni la gritería, el bullicio ni los destemplados cantos, ahuyentarán de mi celda la pavorosa soledad que abruma mi fatigado espíritu. ¡Ah! ¡Si pudieran venir aquellos que pasaron conmigo navidades hundidas en el abismo de lo perdido; si pudieran venir a poblar esta celda fría y arrojar de ella ese aterrador fantasma que llaman la soledad!

“Pero ninguno vendrá, todos están olvidados, muertos, ausentes...

“Los vecinos ebrios siguen vociferando, las viejas y los niños lanzando aullidos al firmamento invernal.

“Y fatigado de aislamiento, abro mi ventana para mirar cómo tiemblan los mundos en la transparente profundidad del infinito.

“Más allá del cénit, caminando al ocaso, está Orión el gigante, la constelación amada, visible en todos los países de la tierra, la constelación querida, que por doquiera nos cubre con su enorme rectángulo de astros brillantes.

“En lugares lejanos de vuestro hogar, cuando la nostalgia se exacerbe, buscad Rígel sobre el firmamento, sonreíd con Adahel y con las tres estrellas del tahalí que miran desde el espacio vuestra patria.

“Alpha del Carro tiembla blancamente sobre las tinieblas siderales; y la polar, semejante a pupila empañada y lacrimosa, cintila débil por el Norte.

“Desde el triángulo de Casiopea, se desprende una estrella errante que va a hundirse en los abismos cósmicos australes.

“La gritería y los cantos disminuyeron ya; se escucha el aullido lejano de un perro, como prolongado sollozo de alma en pena, y rozando las vidrieras apolilladas de la ventana, grazna fúnebremente un buho...

“¿Por qué no puedo, como los trasnochadores que gritaban, sofocar mis penas? ¡Ah! La novela de mi alma no es tan divertida como los cuentos de hadas, no es ni siquiera sensacional; es monótona, vulgar, insípida. ¡Y desear la muerte para descansar! ¡Vamos, qué locura!, ¡Como si la vida misma no se encargara de curamos las sangrientas heridas que abre en nuestra alma!

“¡Como si tuvieran alguna importancia los sufrimientos y las miserias humanas cuando se miran desde la vertiginosa cima de lo Infinito! ¡Como si el dolor o la muerte de un ser modificaran en algo la inmutable marcha del Universo!

“¡Como si la desesperada angustia de un espíritu pudiera conmover a la Desconocida Fuerza que nos empuja al mundo!

“Pero cuánto consuela durante los abrumadores inviernos del alma, buscar abrigo en las existencias astrales, pedir calor a los mundos cintiladores que nos miran sufrir desde la inmensa bóveda obscura del firmamento. Y por un instante siquiera, dejar de escuchar los gritos de los trasnochadores ebrios y las destempladas voces de las vecinas sonmolientas y por un instante también dejar de sentir el frío mortal de los muertos, que vienen a pasar la Navidad junto a vos, para sentir la caricia consoladora de los soles siderales inmutables y eternos...

* * *

“¿Arrancaré y convertiré en cenizas estas hojas, a través de las cuales se trasluce la raquítica desnudez de mi alma?

“¡No!

“Las ataré, sí, para conservarlas con otras que forman el osario de mis sensaciones y de mis ideas...

“Y queriendo atar estas hojas, busqué una cinta, y encontré una que descoloró el tiempo, una que fue rosada y que sirvió una Navidad también, para formar un lazo con ella en el aguinaldo ofrecido a una mujer que hoy celebra su Navidad con los gusanos blancos que viven en los ataúdes”

Diciembre de 1891.

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Cuentos de Navidad