alba en albalearning

Alba

"La protagonista"

 

 
 
[ Descargar archivo mp3 ]
 
 
 
La protagonista
     

Las madres se reunían algunas mañanas en la cafetería de la esquina después de dejar a los niños en el colegio, si el trabajo lo permitía.

Les gustaba sentarse en la terraza si hacía buen tiempo, y si no, en el interior, en la mesa del rincón desde la que podían ver sin ser vistas. Allí pasaban parte de la mañana hablando de “cosas de mujeres” que, indefectiblemente, se referían a los niños y, cómo no, a los hombres en general y a ciertas mujeres en particular.

Hoy estaban todas. Las cuatro, sentadas en la mesa de la terraza, hablaban en voz baja  y reían.

-¿Quién no ha escuchado alguna vez, aquello de: "Este es de los que quiere ser el niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro?, decía una. Pues bien, yo no solo lo he oído sino que lo he dicho.  Y la verdad es que, todavía, cuando lo pienso, se me erizan los cabellos, ¡pero de rabia!

-¿Cómo que se te erizan los cabellos? – replica una de ellas entre risas. ¿Tan terrible era?

-Veréis... No hace mucho, de hecho hace muy poco, vivía con mi familia en un una ciudad de la costa, pequeña pero muy cosmopolita. Tenía vecinos de todas las nacionalidades. Yo estaba encantada con ello porque así me sentía como transportada a una ciudad imaginaria que podría estar en cualquier lugar del mundo. Los vecinos de al lado eran una pareja de ancianos ingleses, muy amables y que siempre tenían una sonrisa en la boca. Eran encantadores. Sin embargo, no sé qué fue lo que pasó, pero de un día para otro vendieron el apartamento a otra familia brasileña.

La joven que hablaba guardó silencio por un momento. Su semblante cambió. Bebió un sorbito de café y continuó:

-La mujer era una brasileña explosiva, de esas que hacen volver la cara a los hombres cuando pasan. Ella lo sabía.

Al principio todo fue bien. Como sabéis yo no soy muy de meterme en los asuntos de nadie ni de tener demasiada relación con los vecinos. Un "buenos días o buenas tardes", y listo. Sin embargo esta chica llamaba constantemente a la puerta con cualquier pretexto:  "¿Tienes azúcar por favor?, no he podido ir a comprar..." "¿Podría dejar a mis niños aquí esta tarde?, es que tengo que hacer una gestión...." En fin, que poco a poco se fue metiendo en mi casa, como quien no quiere la cosa, y pasó a ser como parte integrante de la familia.

-¿Y su marido? ¿No tenía marido o qué?

-¡Ah, el marido...! El marido era ingeniero en una mina de diamantes en Africa y pasaba meses y meses fuera. De hecho yo no llegué a conocerlo. Además, esa fue una de las razones por las que sentí pena; decía que estaba muy sola en un país extraño, con dos hijos, sin familia, sin amigos...

De nuevo calló, suspiró profundamente, y continuó:

-¡Si yo hubiera sabido entonces!

-Sigue, sigue. ¿Qué pasó?

-Juan, mi marido, no estaba muy conforme con que esa mujer entrara en casa como si fuera la suya, a cualquier hora y de cualquier manera.

Una de las que hasta ese momento había estado callada, escuchando atentamente, dijo:

-¿Cómo Juan? ¿Tu marido no se llama Antonio?

-Sí, mi actual marido se llama Antonio, pero entonces estaba casada con Juan. Pero, espera, espera...

Dio un nuevo sorbo, y continuó:

-Juan estaba harto. Él decía que se había casado con una mujer, no con una mujer y su amiga.

-¡Qué exagerado! Dijo por lo bajo, una de las chicas.

-Veréis. Al principio era una amiga normal, pero yo no sé lo que me pasó, lo que me hizo..., que pasé a ser indispensable. No podía hacer nada sin mi. Tenía que pedirme consejo para todo, absolutamente para todo... Hasta tal punto llegó el tema que, y esto fue lo que exasperó a mi marido, me convenció de que convenía que cada una tuviera la llave de la casa de la otra, por lo que pudiera pasar.  

-¡Yo tengo la llave de mi vecina también, es natural! Volvió a replicar la otra muchacha.

-Ah sí, pero seguro que tú no la utilizas para entrar a cualquier hora en la casa de la vecina sin previo aviso, ¿no? Pues eso es lo que hacía mi "amiguita". Al principio entraba vestida normal. Molestaba su falta de tacto; no parecía plantearse para nada si podría interferir en nuestra vida de pareja. El caso es que, como parecía tan ingenua, hablé con ella un día y le dije que mi marido estaba molesto y que no me parecía normal que entrara así, sin llamar. Ella se puso a llorar con un desconsuelo tal que parecía una niña pequeña sufriendo por la regañina de una madre déspota. Me dijo que éramos como su familia, que nos quería mucho, y que para nada quería molestar; me devolvió la llave y me dijo que nunca más lo haría. La verdad es que me sentí como "la bruja Piruja” de la historia. Le dije que nada de eso, que me perdonara, que la queríamos mucho y que podía entrar cuando quisiera.

Todo volvió a la normalidad.  Entraba pero llamaba a la puerta antes.

Un día que Juan estaba viendo el futbol, Rita, que así se llamaba, llamó y entró. Se sentó frente a mi marido, justo al lado de la tele. Llevaba un pantaloncito corto y una camisa de tirantes. Era un poco descuidada en la forma de sentarse. Yo estaba en la cocina preparando un aperitivo. Cuando entré en la sala, los dos charlaban amigablemente, y a mi marido ya no le interesaba el partido.

La vida siguió agradablemente. Rita pasaba más tiempo en mi casa que en la suya. A mi marido parecía no importarle que mi amiga entrara sin llamar y que estuviera en nuestra casa como en la suya.

Un día me encontré con otra vecina en el ascensor que me dijo: -Ten cuidado con las que mosquitas muertas....

-¿Por qué lo dices? Pregunté.

-Ten cuidado con tu vecina. Es de esas que tienen que ser el niño en el bautizo, la novia en la boda, el muerto en el entierro.... ¡Siempre protagonistas!

Aquello me pareció una maldad, pero me quedé rumiando... La verdad es que Rita me empezaba a hartar. Hablaba y hablaba. Contaba sus problemas, su vida, sus desgracias... pero, ¿me había escuchado alguna vez? ¡Me daba cuenta de que en absoluto! Me estaba empezando a cansar de tener una hija crecidita “llorando” a cada momento y demandando atención constantemente sin dar nada a cambio. Pero me equivocaba, si que daba algo a cambio. Daba mucho a cambio. El único problema es que no me lo daba a mí, sino .... ¡a mi marido!

-¡Ah! Saltaron las otras tres en sus asientos.

-¿A que no sabéis cómo acabó el tema? Dijo con una mezcla de tristeza y desesperación. Pues, un día volví del trabajo y me encontré con que mi pobrecita amiga Rita, y mi queridísimo marido estaban en la cama ¡consolándose mutuamente!

Como podéis imaginar, me quedé espantada. Los eché a los dos.

-¿Y qué pasó después? Preguntó una.

-Pues que ella fue el niño en otros bautizos, y sobre todo la novia en otras muchas bodas. Juan y yo nos separamos. Lo que fue de él ni lo sé ni me importa.

-¿Y ella? ¿Se separó también?

-No, el marido no se enteraba, o no quería enterarse... Al parecer siguieron juntos.

Una de las jóvenes, la que había estado callada todo el tiempo, dijo:

-¿Cómo dices que se llamaba tu vecina?

-Rita

-Y era de Brasil, morena, explosiva, con dos hijos y un marido ingeniero en una mina de diamantes en Africa?

-Sí. ¿Por qué? ¿Tú también la conoces?

-Sí, la conocía un poco. Murió de un infarto cuando estaba en el velatorio de otra vecina el año pasado.

Inicio
 

Índice del Autor

Misterio

Cuentos de Amor