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Alba

"A la espera"

 

 
 
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Música: Clementi - Sonatina Op.36 No.1 in C major - 2: Andante
 
A la espera
     

Era una Nochebuena más, como todas las Nochesbuenas de todos los años.

Había estado todo el día dando los últimos toques a los preparativos de las fiestas. La familia al completo se reunía para cenar en casa de los padres. Todos venían para estas fechas y nadie, nadie se permitía, o mejor dicho, a nadie se le permitía ni siquiera la idea de ausentarse por motivos que no fueran realmente imperativos, como podría ser una enfermedad. Incluso en este caso, la enfermedad debía de ser verdaderamente incapacitante, de lo contrario la persona afectada siempre podía y debía acudir aunque no fuera en perfectas condiciones físicas.

María, excitada y nerviosa por los preparativos, repasaba mentalmente los regalos que había comprado y preparado cuidadosamente.

“A ver, a ver... Pedro, Azucena, la pequeña Rocio..” decía mientras cerraba los ojos imaginando los regalos y las caritas que pondrían todos cuando los recibieran.

Los niños esperaban con anhelo la llegada de la tía María. “Ay, ay, la tía María” Siempre tan nerviosa, tan charlatana y tan cariñosa, tanto que los niños deseaban y temían por igual sus abrazos y sus besos. Más que abrazarlos los apretujaba y besuqueaba sin cesar, y los niños, los mayorcitos, intentaban zafarse de ellos poniendo un poco los codos por delante a modo de parapeto, pero ni por esas se zafaban de los apretujones de la tía Maria.

***

La mujer, tendida en el banco, se encogía como podía intentando que el calor, el poco que le quedaba en su cuerpo magullado, se escapara por los rotos de los harapos que la envolvían. ¡Qué frío hace!, se decía mientras se abrazaba y acurrucaba en un rinconcito.

Miraba a la gente pasar presurosa, todos con varias bolsas en la mano, seguramente regalos o comidas para la noche.

“Como me gustaría ser como ellos, tener una familia, una casa, unos hijos, un esposo que me amara...”

Cerró los ojos e imaginó que era ella quien caminaba por la calle, temiendo llegar tarde a casa y no tener tiempo suficiente para preparar el pavo de Navidad. Papá, mamá, sus hermanos, todos, todos vendrían esta noche. ¿Y los niños? ¡Claro, los niños también!

Una ola de calor la inundó. Notaba como un halo de energía recorría todo su ser, remontando desde las uñas de los pies y extendiéndose en ramificaciones de luz y calor hacia todas y cada una de las células de su frágil cuerpo. El corazón latía apresurado, se diría que cantaba y brincaba. Cerró los ojos y se dejó llevar por este sopor. Las voces se alejaban, los villancicos que sonaban en los altavoces de la calle ralentizaban su sonido, se apagaba, poco a poco, poco a poco. María se abandonaba, se entregaba...

***

María pudo por fin reunirse con sus seres queridos, aquellos que habían muerto en el incendio que se ocasionó la Nochebuena de hace diez años donde ella, María, la tía María, fue la única superviviente. Ella era una muerta en vida a la espera de su resurrección.

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