De púrpura vestida ha madrugado
con presunción de sol la rosa bella,
siendo sólo una luz, purpúrea huella
del matutino pie de astro nevado.
Más y más se enrojece con cuidado
de brillar más que la encendió su estrella;
y esto la eclipsa, sin ser ya centella
la que golfo de luz inundó al prado.
¿No te bastaba, oh rosa, tu hermosura?
Pague eclipsada, pues, tu gentileza
el mendigarle al sol la llama pura;
y escarmiente la humana en tu belleza,
que si el nativo resplandor se apura,
la que luz deslumbró para en pavesa. |