De Celia Gamboa al Dr. Marcelo Peyret
Estimado Dr. y amigo:
Reúno toda mi fuerza de voluntad, para conseguir un instante de calma, abriendo un paréntesis a mi enorme desesperación, y poder escribirle.
Ramiro, mi pobre Ramiro, ya no existe.
Nada, pues, me importa la vida, ni lo que en ella ocurra.
Yo había accedido a ser defendida por usted, porque quería conservarme para él, pero ahora que se ha ido renuncio a todo.
Mi marido tiene razón, y ya no pienso justificarme. Lo he ofendido en una forma tal, que sólo me corresponde pedirle perdón.
Le encomiendo, pues, esa tarea.
Dígale que la fatalidad me ha empujado a lo que, debemos aceptar, era mi destino.
Pero como es injusto que él sufra las consecuencias de mis actos, y como por otra parte no hago más que cumplir una determinación irrevocable que hace mucho tiempo había adoptado, voy a realizar algo que lo ayudará en la tarca de perdonarme. Le envío un paquete en que incluyo mi correspondencia con Ramiro. Léala usted, amigo mío, y después, si cree que con ello podrá aplacar la severidad con que ha de juzgarme mi esposo, hágasela leer también a él.
Yo no he sido una mala mujer. Tan sólo he sido una desdichada.
Me falta valor para escribirle a mamá, despidiéndome.
Es otra tarea penosa, que le dejo encomendada.
Y ahora, adiós.
Ramiro se ha ido y me aguarda.
No debo, pues, hacerle esperar.
Celia.