12. Milagros de Jesús
No gustaba a Jesús de obrar milagros sino de sembrar con su palabra la buena semilla para que los hombres sirvieran a Dios que se amarran unos a otros como buenos hermanos. Mas la fama de aquellos milagros suyos se habían extendido por todo el país, y grandes multitudes le seguían implorando su gracia.
Así, una vez se arrojó a sus pies, un hombre que padecía la terrible enfermedad llamada lepra ,muy corriente en aquella época, y suplicó con afligida voz : "Señor, si quieres puedes curarme ". Jesucristo lleno de compasión, tendió su mano y dijo al desgraciado: "Lo quiero, ¡cúrate!". Y el leproso sanó, viéndose libre de la mísera enfermedad que le atormentaba. También curó a un paralítico, que temblaba de pies a cabeza, sin poder incorporarse, ni moverse. En otra ocasión un centurión (oficial romano) se acercó a Él y le dijo: "Señor, mi criado yace en mi casa muy enfermo". Y como Jesús le respondiera: "Iré a curarle", el centurión dijo: "Señor, no merezco que vengas a mi casa, más de una sola palabra y sanará". Entonces Jesús, ante la gran fe de aquel hombre, queso complacerle y dijo: "Así sea". Y el criado del centurión quedó curado en el mismo punto y hora en que el Señor pronunció esta palabra. De la misma manera volvió a la vida a la hija de Jairo, a quien sus padres lloraban por muerta ,diciendo con sencilla frase: "No está muerta, solo está dormida".