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Goethe

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Las desventuras del joven Werther

Carta 37

95 Capítulos

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30 de agosto de 1771

Desgraciado, ¿no estás loco? ¿No te engañas a ti mismo? ¿Adonde te conducirá esta pasión indómita y sin objeto? No pienso más que en ella; ya no cabe en mi imaginación otra figura que la suya, y todo lo que me rodea no lo veo sino con relación a ella. Esto me procura algunas horas de felicidad, que deben concluir tan pronto como sea preciso que nos separemos. ¡Ah, Guillermo, adonde me arrastra con frecuencia mi corazón! Siempre que paso dos o tres horas a su lado, absorto en la contemplación de su hermosura, de sus movimientos, de su celestial lenguaje, todos mis sentidos se excitan insensiblemente, una sombra se extiende ante mi vista y mis oídos se embotan; siento que oprime mi garganta una mano homicida; mi corazón, con su precipitado latir, busca consuelo a mis sentidos oprimidos y no hace más que aumentar su desorden...

Guillermo, muchas veces no sé si estoy en el mundo y si la tristeza me agobia, o si Carlota no me concede el triste consuelo de aliviar mi martirio, dejándome bañar su mano con mi llanto. Necesito salir, necesito huir, y corro a ocultarme muy lejos en los campos. Entonces gozo trepando por una montaña escarpada, abriéndome paso por entre un bosque impenetrable, por entre las breñas que me hieren y los zarzales que me despedazan. Entonces me encuentro un poco mejor, ¡un poco!, y cuando extenuado de sed y de cansancio, sucumbo y me detengo en el camino; cuando en la profunda noche, brillando sobre mi cabeza la luna llena, en el bosque solitario tomo asiento en un tronco tortuoso, para dar algún descanso a mis pies desgarrados, o me entrego a un sueño tranquilo durante la claridad crepuscular... ¡Oh, Guillermo!, el silencioso albergue de una celda, un sayal y el cilicio son los únicos consuelos a que aspira mi alma. Adiós. No veo para mi dolor otro fin que el sepulcro.

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