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Pérez Galdós

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La mula y el buey

Capítulo 10

11 Capítulos

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Ya cercano el día, iban los alborotadores camino del cielo, más contentos que unas pascuas, dando brincos por esas nubes, y eran millones de millones, todos preciosos, puros, divinos, con alas blancas y cortas que batían más rápidamente que los más veloces pájaros de la tierra. La bandada que formaban era más grande que cuanto pueden abarcar los ojos en el espacio visible, y cubría la luna y las estrellas, como cuando el firmamento se llena de nubes.

-A prisa, a prisa, caballeritos, que va a ser de día -dijo uno-, y el abuelo nos va a reñir si llegamos tarde. No valen nada los nacimientos de este año... ¡Cuando uno recuerda aquellos tiempos!...

Celinina iba con ellos y, como por primera vez andaba en aquellas altitudes, se atolondraba un poco.

-Ven acá -le dijo uno-, dame la mano y volarás más derecha... Pero ¿qué llevas ahí?

-Esto -repuso Celinina oprimiendo contra su pecho dos groseros animales de barro-. Son pa mí, pa mí.

-Mira, chiquilla, tira esos muñecos. Bien se conoce que sales ahora de la tierra. Has de saber que, aunque en el cielo tenemos juegos eternos y siempre deliciosos, el abuelo nos manda al mundo esta noche para que enredemos un poco en los nacimientos. Allá arriba se divierten también esta noche y yo creo que nos mandan abajo porque los mareamos con el gran ruido que metemos... Pero si Padre Dios nos deja bajar y andar por las casas es a condición de que no hemos de coger nada; y tú has tomado eso.

Celinina no se hacía cargo de estas poderosas razones y, apretando más contra su pecho los dos animales, repitió:

-Pa mí, pa mí.

-Mira, tonta -añadió el otro-, que si no haces caso nos vas a dar un disgusto. Baja en un vuelo y deja eso, que es de la tierra y en la tierra debe quedar. En un momento vas y vuelves, tonta. Yo te espero en esta nube.

Al fin Celinina cedió y, bajando, entregó a la tierra su hurto.

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